Rosario
Sánchez Mora, nace en Villarejo de Salvanés el 21
de Abril de 1919, huérfana de madre, con dieciséis años acude a Madrid junto a
los vecinos que se habían encargado de cuidarla. A su llegada a Madrid se
hizo militante comunista y trabajaba como aprendiz de corte y confección en un
Círculo Cultural de las Juventudes Socialistas Unificadas en Madrid.
Al año de estar allí, se produce el golpe de estado y ella se incorpora a
las Milicias Obreras del Quinto Regimiento; es enviada al frente
para combatir contra las tropas del general Mola. Ella tiene por entonces
diecisiete años.
Combatirá en
primera línea teniendo como arma un mosquetón de siete kilos y las pocas
nociones militares que le pudieron impartir desde las trincheras.
Una vez estabilizado el frente con las
tropas rebeldes es destinada a la sección de dinamiteros, pero poco después
sufre un accidente con un cartucho de dinamita y acaba perdiendo la mano
derecha. Tras su salida del hospital, se reincorporó a la división, como
encargada de la centralita del Estado Mayor Republicano en la Ciudad Lineal de
Madrid. Fue allí donde Rosario conoció a Miguel Hernández, Vicente Aleixandre y Antonio
Aparicio, poetas al servicio de la causa republicana. Rosario se
hace más conocida por el poema donde la inmortaliza Miguel Hernández.
Tras la batalla del Ebro dejó de
recibir cartas de su marido Paco.
Rosario, intentó escapar por Alicante con
su padre, dejando a su hija con la segunda mujer de éste. Allí fueron capturados,
con otros 15.000 republicanos que esperaban exiliarse a bordo de barcos de
la Sociedad de Naciones que nunca
llegaron a puerto. Fueron conducidos al campo de los Almendros,
donde fusilaron a Andrés Sánchez. Rosario fue liberada y trasladada semanas
después a Madrid, donde fue detenida de nuevo por vecinos falangistas de su pueblo, que la
encarcelaron en la prisión de Villarejo y después en la de Getafe,
mientras se le incoaba un procedimiento sumarísimo de urgencia. La petición
fiscal de muerte fue conmutada por 30 años de reclusión por un delito de
adhesión a la rebelión.
Fue trasladada a la prisión de Ventas
y siguió un periplo carcelario por las prisiones de Durango,
Orúe y, finalmente, Saturrarán. El 28 de marzo de 1942, tras sufrir tres
años de encierro y todo tipo de calamidades, fue puesta en libertad gracias a
los beneficios penitenciarios que el régimen
franquista se veía obligado a decretar periódicamente para
aliviar sus prisiones. Precisamente ese mismo día en que fue liberada
moría Miguel Hernández en la prisión de Alicante.
Fue condenada a permanecer desterrada
a más de 200 kilómetros de su pueblo y se instaló en El Bierzo,
con una compañera de prisión ya liberada, pero la necesidad de ver a su hija la
hizo regresar a Madrid pese a la prohibición de hacerlo. Su hija estaba
al cuidado de su suegra y desde allí comenzaron la búsqueda de su marido, sin
noticias desde el fin de la guerra. Por informaciones de familiares supo que su
marido había rehecho su vida en Oviedo una
vez que el régimen franquista anuló todos los matrimonios civiles de la
República. Rosario volvió a casarse y tuvo otra hija, pero se separó al cabo de
dos años. Para ganarse la vida comenzó a vender tabaco americano de contrabando
en la plaza de Cibeles. Posteriormente montó un estanco en Madrid, en la calle
Peña Prieta del barrio de Vallecas.
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